Miénteme de verdad

mentiraMostrémonos sinceros. Mentimos. Hemos mentido en tiempos pasados, y lo seguiremos haciendo, sin excepción, hasta el fin de los días. ¿Deberíamos pues sentirnos infamemente estigmatizados, cual marioneta de madera vetada a la falsedad, y corregir nuestro comportamiento hacia una conducta de franqueza plena? La respuesta pudiera parecer obvia. Y ciertamente lo es. En ocasiones la verdad, o la honestidad, pueden no ser totalmente adecuadas en dependencia del contexto en el que interactuemos. La mentira es un comportamiento adaptativo del ser humano mediante el cual conseguimos determinados objetivos, ya sean de autodefensa como de no agresión.

Desde tiempos inmemoriales la mentira nos ha hecho escapar de castigos (más o menos merecidos), ha evitado guerras, ha propiciado conseguir puestos de trabajo, ha salvado relaciones familiares, amorosas, y mantenido grandes amistades. Incluso mentirse a sí mismo cumple una función a veces necesaria para evitar entrar en estados emocionales indeseables. En la sociedad y culturas actuales, moralmente la mentira es vista casi siempre como un déficit, como una lacra, como un acto cuasi criminal que ha de ser juzgado y condenado (no necesariamente legislativamente). Por el contrario la sinceridad, es vista como un mérito, un modelo de comportamiento a seguir, que convierte a las personas en respetables y buenas. Pero nada más lejos de la realidad, pues una cosa es la verdad, y otra muy diferente es la bondad. La sinceridad no hace a las personas bien intencionadas, así como los mentirosos no son seres viles que buscan dañar con sus mentiras. No hay que olvidar tampoco que la presión de la sinceridad a la que ciertas instituciones nos someten (iglesia, fuerzas del orden, etc.) tan sólo son un método de control, y en parte de dominación.

La mentira es uno de los comportamientos que nos hacen más humanos, junto con la capacidad metafórica y el humor (cúlmenes del lenguaje que sólo los seres humanos han sido capaces de desarrollar), y ésta acaba convirtiéndose en una herramienta necesaria para equilibrar las relaciones, y que así ninguna de las partes que intervienen en determinada relación resulte herida. Por tanto podríamos llegar a definir el acto de mentir como un potente canalizador de conflictos inter-relacionales del que podemos hacer uso convenientemente en la situación en la que se aplique. Un mal uso de ella, como también de la verdad, siempre conllevarán resultados contraproducentes.

Con esto no quiero ni mucho menos posicionarme a favor de la mentira sobre la sinceridad. Solamente quiero dar a entender cuan importante es un balance correcto entre ambas para que los mecanismos relacionales se mantengan estables. ¿Pueden imaginarse un mundo en el que rija la verdad sobre todas las cosas, un mundo sin mentiras? El pensamiento utópico como siempre, cuanto menos, es bello y motivador, un autoengaño lícito. Pero la realidad y la lógica regulan los sueños. Si es cierto que la verdad duele como algunos dicen, imagínese cuanto dolor habría en el mundo cuando el acto de mentir fuese abolido, cuantos conflictos inmedicables, cuantos miedos al contacto verbal. No estamos preparados para vivir con la ácida verdad en nuestras entrañas, preferimos la realidad cocinada en los fuegos de la mentira, en los hornos de la ficción, pues la verdad cruda y sangrante se antoja, la mayoría de las veces, difícil de digerir ¿Verdad?

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Falso adiós

Por más que firme asegures

Quizás yo si lo sintiera

Los mil te quiero que me diste

Mil fueron hechos de mentira.

Que sin que yo sepa

Más tú implores de necesidad

Te diga que nos veremos

Y tú ilusa, lo creas verdad.

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